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Por Juan de Cusa Ramos
Monografías de la Construcción
La chimenea o Estufa otras veces conocida como hogar a leña es una fogata controlada dentro de una caja que debe respetar ciertas dimensiones.
Mediante una abertura al interior de un muro de la vivienda se practica un recinto donde iniciar el fuego mediante la combustión de leños, maderas.
Estos elementos produce gases tóxicos, por lo que se practica una abertura o conducto con el propósito de evacuar los mismos, este conducto se dice tiro o chimenea.
La chimenea tiene por misión primordial la de elevar la temperatura de la habitación en donde se halle enclavada.
Como medio calefactor, si atendemos con exclusividad a su rendimiento, que acostumbra ser bajísimo.
El calor aprovechado por una chimenea de tipo medio, apenas si llegará al 15 por ciento del producido por la hoguera, durante su combustión.
El mismo combustible quemado en una estufa, aumentaría en dos veces más su potencia calefactora, lo cual sería muy digno de ser tenido en cuenta en el momento de proceder a la elección de un sistema de calefacción idóneo, si no fuera por muchas circunstancias que procuraremos detallar, que son causa de que este sistema continúe gozando del favor del público.
Estamos todos de acuerdo en conceder a la chimenea mayor calidad decorativa que realidad práctica. Sabemos que apenas se aprovecha el calor irradiado producido directamente sobre la estancia por llamas y brasas, puesto que casi todo él se escapa por el tiro, acompañando en su huida al humo fugitivo.
Pero el calor acogedor de su boca encendida, el sabor de intimidad que comunica a la totalidad de la estancia por el solo hecho de su existencia, son muy superiores a cualquier consideración que pretendamos hacer, en orden a la realidad del problema.
Existen infinidad de medios para aumentar la temperatura del ambiente y presentar la batalla al invierno con los mejores resultados.
Pero todos ellos, sin que tal postura signifique que intentemos restarles méritos, carecen de una verdadera personalidad. Y sobre todo, son incapaces de adquirir el valor de símbolo, de perennidad, que tiene la chimenea.
Sin aludir al carácter ornamental, que en la mayoría de los sistemas de calefacción conocidos, acostumbra a ser bajísimo, por no decir nulo.
Un radiador de calefaccion central, por agua caliente o por vapor, producirá incuestionablemente mejores resultados.
Y en un orden tan elevado, que en plena estación invernal y con crudas temperaturas en el exterior, será posible mantener la misma a un régimen tan saludable en la estancia o en el grupo de habitaciones que ampara tal sistema, qué permitirá a sus usuarios circular por dentro del piso en mangas de camisa, caso que muy difícilmente podrá darse nunca con la chimenea, por atiborrada de leña que se halle.
Pero comparamos su presentación. El radiador es antiestético. Carece por completo de alma. Por esa causa es por lo que casi siempre se intenta ocultar su presencia, disimulando por medio de un pequeño mueble auxiliar que se encargue de cobijarse en su interior.
Parecidas consideraciones podríamos aducir, recurriendo a la comparación de cualquier otro medio de los que habitualmente se utilizan para atemperar un local. La estufa de petróleo es fea y huele. La de gas butano, requiere un tubo colector, cuya horrible presencia solamente puede soslayarse llevando la bombona cerca del quemador con lo cual se obtiene un aparato de respetables dimensiones.
Los calefactores eléctricos y por infrarrojos, son caros de consumo, aún, en el supuesto de que se posea contador de fuerza, Y en caso contrario, resultan prohibitivos, porque para calentar de veras precisan superar los 1.000 W por hora, a menos que se trate de una habitación de reducidas dimensiones.
Todas estas causas, llevadas de la mano por el sentido rehabilitador que la decoración actual del hogar presenta respecto a muchas cosas qué ya habían comenzado a considerarse anacrónicas, nos ha traído de nuevo la vigencia de la chimenea hogareña.
Un elemento que se resistía a desaparecer totalmente, a pesar de que ya hace bastantes años se habían cantado sus funerales, a cuenta de su aparente inutilidad.
Antes de aparecer todos esos ingenios calefactores que hemos citado anteriormente, un hecho motivado por consideraciones económicas fue el encargado de señalar el término de un largo periodo en la historia de la chimenea. A fines del siglo XIX, el carbón sustituye a la leña.
Se trata de un combustible más barato que, además, produce mayor cantidad de calorías. Y admite la reducción de espacio dedicado a quemador y, consiguientemente el de todo su dispositivo añejo.
La utilidad vence, siquiera sea momentáneamente, a lo bello.
Porque ha desaparecido el encanto derivado de la contemplación de las leñas ardiendo, del chisporroteo de la madera al abrasarse, del castillo pirotécnico de ascuas de oro que brota de la pira, en el momento de ser atizada. La irresistible magia que obligaba a dirigir todas las miradas hacia ese centro de atención inusitado que constituye una hoguera,
El fuego, dentro de la vivienda, despierta en nosotros atavismos ancestrales de siglos dormidos, cuando el hombre luchaba por la conquista de los elementos que le rodeaban y empezaba Ia historia de la civilización dominando al fuego.
El principal error del tránsito que estamos comentando reside en haber supuesto que la misión de la chimenea era tan sólo la de calentar el cuerpo de aquellos que se situaban delante, buscando su amparo.
En el mismo momento en que se daba absoluta prioridad a la producción de calorías, el sistema estaba condenado. No a muerte, como se supuso entonces, sino al ostracismo.
Porque tan pronto como se echase de menos su influencia sedante, su agradable sensación de tibieza, su compañía leal y noble, se volvería a pensar en la chimenea de leña como solución de muchas estancias en donde la vida debe resolverse en cómoda intimidad.
Y al llegar a ese punto de la cuestión nos encontramos, además, con el inmenso valor decorativo que tal elemento supone, en la realización de cualquier proyecto.
No es solamente que la chimenea vaya de un modo directo a los sentidos y nos comunique su alma alegre, tonificando con su exclusiva presencia nuestro espíritu con la magia viva de las llamas danzando tras la embocadura.
Incluso apagada, una chimenea resulta un centro positivo de interés, un complemento ornamental que, a poco que su proyectista se lo haya propuesto, saltará al primer plano para constituirse por derecho propio en el eje estratégico de la habitación en donde se halle enclavada.
Si el alma del hogar se encuentra en la sala de estar, el corazón tendrá que situarse en la chimenea.
No es raro, sino precisamente todo lo contrario, que el sistema haya cobrado una actualización que, por ahora, se mantiene en cordialisima vigencia.